Cruz de Cristo
Cruz de Cristo.
En estos tiempos difíciles que estamos viviendo pida este signo de victoria, de esperanza, fuente de luz, paz y alegría.
Se trata de un bonito crucifijo.
¿No es verdad que ante el crucifijo usted siente que sus sufrimientos disminuyen y renace el coraje que, en ciertas ocasiones, parece faltarle?
En las horas de tristeza, cuando un sentimiento de oscuridad y de desánimo invada, con mayor o menor intensidad, su corazón, mire fijamente al Buen Jesús llagado, bese el crucifijo con amor y apriételo sobre su pecho.
Prácticamente todos tenemos algún problema con un pariente, un amigo o simplemente con una persona que nos ha hecho daño, intencionalmente o no.
¿Cómo debemos proceder en esas difíciles situaciones?
Me acuerdo de un episodio que sucedió un Viernes Santo del siglo XI en los alrededores de Florencia.
Un hombre regresaba a su casa en caballo, con su espada y armadura, triste y perdido en ensoñaciones.
De repente, su fisonomía se ilumina da un grito de alegría y su espada parece brillar como un rayo.
Ante él acaba de aparecer en el camino, a pie, desarmado, sin posibilidad de huir, el hombre que había asesinado a su hermano y a quien perseguía implacablemente.
Por fin había llegado el momento de la venganza.
Sin embargo, su enemigo aterrorizado, se pone de rodillas, abre los brazos en forma de cruz, como un crucificado vivo gimiendo, y le grita: «¡Perdóneme, perdóneme, en nombre de aquel que murió por nosotros! ¡Hoy es Viernes Santo!».
Juan Gualberto, así se llamaba el caballero, iba a asestarle el golpe mortal, pero delante suyo tenía la visión de que Cristo estaba allí.
Aquel hombre ya no era un enemigo. El asesino que había derramado la sangre de una persona de su familia, se le figuraba ahora como siendo su Dios en la cruz.
Entonces se baja del caballo, con el corazón latiéndole aceleradamente, y se acerca al asesino, lo levanta, lo abraza fraternalmente y se reconcilia con él.
Unos minutos después, abatido por el enorme esfuerzo, sollozando, entra en una iglesia y, ¡oh maravilla!, ve que se mueve el crucifijo: el Crucificado inclina varias veces la cabeza como diciéndole: «¡Gracias!».
Después de este prodigio, Juan Gualberto sintió mucha paz y cambió de vida. Ingresó primero en un monasterio benedictino y después fundó la Orden de los Vallombrosianos, llegando a convertirse en un santo, recordado todos los años por los católicos del mundo entero el día 12 de julio.
Siempre que reciba alguna ofensa, o maltrato, acuérdese de san Juan Gualberto, piense en el crucifijo y perdone.
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